En esta crisis económica inédita, durante 17 meses la TPM ha sido negativa con relación al IPC anual a un año, con los obvios beneficios para la demanda y la inversión en el país. A su vez el IPC anual bajará en la medida que los precios internacionales y nacionales lo hagan, lo cual está por verse y, cuando ocurra, será lógico traspasarla adecuadamente a la TPM. La TPM no es una vara mágica que hará que la economía se recupere en los próximos meses, porque no es claro que las instituciones crediticias, con los peligros de una creciente cesantía y de un esperado bajo PIB, dejen de cobrar varias veces la TPM en sus colocaciones, como se observa en sus pizarras.
En Estados Unidos, desde hace meses, y en Japón, desde hace años, las tasas son cercanas a cero y ni con ayudas estatales multimillonarias, nunca antes vista, están saliendo de su proceso negativo. Para que una economía sea sana hay que cuidar que la inflación se reduzca, porque con un IPC anual actual de 6,3% es más difícil que las empresas y las personas tomen adecuadas decisiones de inversión y de ahorro.
Una TPM negativa induce a una demanda innecesaria que atenta contra la baja del IPC, que suponemos es lo que también se quiere evitar.
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